jueves, 1 de octubre de 2015

Capítulo I



Día 53. Año 289
17:32


Voy a intentar contar mi historia. El principio es muy fácil de contar porque durante bastante tiempo no pasó nada. No existía nada ni alrededor ni dentro de mí; no veía nada y no oía nada. Tampoco sentía ningún dolor, ya que tampoco tenía la constancia de tener un cuerpo: una piel, dos oídos, dos ojos. Yo era algo muy tenue, muy pequeño, en alguna parte… una especie de chispa. Un foco minúsculo pero reconfortante de calor. Ese punto cálido irradiaba una vibración a muy baja frecuencia, algo que me decía que yo existía, que estaba ahí.

No sé cuanto duró aquello. Solo sé que un momento determinado cambió y que eso no fue nada agradable. Recuerdo sentir frío y un dolor punzante que venía desde fuera y que, poco a poco, me hizo ser consciente de las formas y dimensiones de mi cuerpo. Allá donde sentía dolor, era yo. Fuera, empezaba otra cosa. Mis ojos y mis oídos empezaron a mandarme información, pero yo aún no entendía nada de lo que veía u oía.


No me estoy expresando bien. No es que no lo entendiera. Ni lo entendía ni lo dejaba de entender. No sabía que hubiera que comprender nada. Todavía pasó algún tiempo antes de que empezara a pensar y en el momento que comencé a pensar, comencé a sentir miedo.


No me podía mover y tenía un tubo que me entraba por la boca y me bajaba hasta la tráquea. Apenas era capaz de abrir y cerrar los párpados a voluntad. Recuerdo a alguien tapándome los ojos con un movimiento suave de su mano. Recuerdo comprender en algún momento que yo era una persona y que había otras personas… personas moviéndose delante de mí. Personas que decían cosas que yo no entendía. Que hacían cosas que yo no entendía. Que podían moverse mientras yo estaba inmovilizada.


Entonces me vinieron a la mente unas palabras. Las primeras palabras que recordé después de un tiempo infinito sin ni siquiera recordar que existían las palabras.


“He muerto y he nacido”.


Esas palabras se iluminaron en algún punto de mi cabeza y me sobrecogieron aún sin comprender que querían decir. Aún sigo sin comprenderlas.

Después de esas palabras vinieron otras muchas. Primero, en mi cabeza, parecidas a pequeñas estrellas anaranjadas brillando en una noche negra; después volando desde mi boca y, al final, quietas en esta pantalla, como mariposas disecadas.


A veces no sé lo que escribo. No sé qué quieren decir muchas de las cosas que digo o escribo, pero la doctora Bekhti me ha dicho que no me preocupe por eso ahora. Me ha dado el táctil que estoy utilizando ahora mismo y me ha pedido que escriba en él todo cuanto acuda a mi mente en el mismo momento que acuda. Dice que eso me ayudará.


¿Ayudarme a qué?


Realmente no sé qué es lo que tengo que recordar... Sé que existe un “antes”. Hay un antes del mundo sin color, sin sonido y sin conciencia en el que he estado viviendo durante un tiempo.


Cuando me quedo dormida, sueño. Y en mi sueño todo tiene sentido: sé quién soy, sé dónde vivo, quiénes son mis amigos y mi familia. Reconozco los nombres y los rostros de otras personas. Pero en cuanto me despierto todo eso se esfuma y sólo me queda una sensación difusa.